jueves, 3 de abril de 2008

EL OPOSITOR MR. OLYMPIA


Quien me conozca personalmente sabe que el de la foto no soy yo, sino el Mr. Olympia de turno. Y no cuelgo la foto para que la gente se ría, no, porque debéis saber que para estar así (y encima risueño) el sujeto en cuestión, si algo tiene -además de masa muscular, obviamente-, es espíritu de sacrificio: tiene que entrenar solo en el gimnasio entre 6 y 7 horas diarias durante 5 días a la semana y seguir una dieta alimenticia muy especial que a más de uno os dejaría KO sólo el primer día. Y todo esto para jugárselo todo en un día intentando salir ganador en un concurso.

Como decía, no soy yo, aunque me recuerda a mí mismo en una etapa de mi vida: cuando estuve casi 5 años preparando oposiciones para ser Notario. Estudiaba 11 meses al año, 6 días a la semana, 9 horas cada día, solo en una habitación rodeado de libros, papeles, códigos y un cronómetro. Me estudiaba los 365 temas del temario de memoria y tenía que recitar cada uno de ellos en un tiempo preestablecido (más o menos, entre 15 y 18 minutos para cada uno de los temas de Civil, 10 minutos para cada uno de los de Fiscal, 12 para los de Mercantil e Hipotecario). Y todo para ir un día a un examen (que se convocaba cada 2 años y medio, aproximadamente) que se celebraba en una sala lúgubre de algún Colegio de Notarios de España. Y como los exámenes eran orales, se celebraban sólo de lunes a jueves, por las tardes, te convocaban junto con otros 50 opositores y no se sabía si los convocados se iban a presentar o no, ni si iban a aguantar recitando todo el examen, pues podías pasarte días y días esperando a que te tocase el turno.


En una de las ocasiones (no sé si fue en Valencia o en Madrid), me pasé 10 días esperando: por las mañanas en una pensión de mala muerte que tenía una ventana que daba a un muro negro, negro; comía un sandwich, y, por la tarde, me iba al Colegio de Notarios, a ver si me llamaban para cantar.


Y, cuando te tocaba, sólo oías tu nombre; entrabas en la sala y veías a 5 o 6 personas detrás de una mesa (enfrente y a mayor altura que la que tiene asignada el opositor, no fuera a crearse una percepción de igualdad); te acercabas a la mesa, esas personas te daban unas bolsas (como las que usan los piratas para llevar las monedas de oro) y sacabas unas bolitas con unos números: eran los números de los temas que tendrías que recitar (no explicar, ni razonar, ni discutir: recitar -lorito, lorito-).


Si no fuese por la oscuridad y la seriedad del llamado Tribunal opositor, dirías que se trataba de un Bingo manual y más decadente de lo que es. Recitabas los temas en el tiempo asignado; nadie te interrumpía; apenas nadie te miraba; nadie te ayudaba ni te animaba si sufrías alguna laguna.


Sólo la voz del opositor sonaba entre esas paredes oscuras, oscuras, como la de un sacerdote monótono sin micrófono en una Misa con poco público y nada participativo. Recitabas y recitabas, y cuando te faltaban 5 minutos para que se acabara el tiempo asignado, el que actuaba como presidente del Tribunal levantaba una campanilla (como las que salen en las películas antiguas para llamar a los sirvientes), la hacía sonar, y el opositor tenía que saber que le quedaban 5 minutos.


Y cuando terminabas, te ibas exhausto a dar una vuelta y a seguir esperando a que el Tribunal colgase, por la noche y en un tablón de anuncios de ese mismo edificio oscuro, oscuro, si los que habían recitado esa tarde eran Aptos o No Aptos. Nadie te lo decía en persona, nadie te entregaba nada en mano, nadie te felicitaba ni te animaba a seguir, nadie salía a aconsejarte que lo dejaras y te dedicaras a otra cosa, nadie del Tribunal te esperaba para decirte siquiera "lo has hecho muy bien y se ha notado el esfuerzo, pero debes mejorar un poco": el opositor, solo de nuevo, tenía que buscar (y desear) aparecer con el Apto al lado de su nombre. Ese era el triunfo, la corona laureada que te abría las puertas a un mundo nuevo y mejor. Sólo unos pocos gozaban del privilegio de no tener que esperar a que colgasen los resultados, pues alguien les llamaba y les daba la buena nueva...

400 opositores y 60 plazas. Por fuerza, no había plazas para todos, por muy bien que lo hubiesen hecho, como en los barcos que calculan mal los botes salvavidas. Por tanto, el No Apto significaba que tenías que volver a empezar o abandonar. Y si abandonabas, el sentimiento era el de fracaso, el de ver las puertas del paraíso cerradas ante tus narices a pesar de tus sacrificios y conocimientos.


Mi padre, que, en una muestra más de lo que sólo él era capaz de hacer, me acompañó todos esos días. Respetaba mis silencios y agobios, mis desganas y mis noches en vela. Había conseguido dejar de fumar 4 años antes, pero durante esa tremenda espera volvió a fumar, haciéndolo a escondidas de mí, para que no detectase su debilidad. Nunca me lo he perdonado, ni se lo he perdonado a ese sistema. Pero todo lo que aprendí, que fue mucho, lo aplicaré como ofrenda para él y en mínima compensación por los daños colaterales, de los que apenas nadie se acuerda, de un sistema inhumano.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Mi querido Joaquim:

Retomo la participación en tu blog con entusiasmo y, sobre todo, con la inevitable emoción que nos impone tu capacidad de emocionar.

El sistema, como tu dices es absolutamente inhumano. Inhumano y nepotista. Curiosamente los hijos/familiares de de notarios aprueban más que el resto de los mortales, no sé si por coincidencia.

Por otro lado, el que hace unos años sacó la oposición de agente de cambio y bolsa (que poco tiene que ver en cuanto a dificultad con la de Notario), igual que en el juego de La Oca, se convirtió, por arte de birlibirloque, primero en Corredor de Comercio y luego en Notario. Luego estos episodios dan lugar a situaciones graciosas: como por ejemplo ver que algunos Notarios cuelgan en sus Despachos el título de "Notario POR OPOSICIÓN".

Por lo demás, Joaquim, desde el punto de vista estrictamente egoista, debo decirte que me alegro que opositaras.

Si no hubieras opositado, probablemente no nos hubieramos conocido. Ni hubiera aprendido lo que aprendí de ti. Ni habría experimentado la pasión por nuestra profesión, que aun hoy, me acompaña.

Y con respecto a lo de tu padre, aunque lo que cuentas es realmente demoledor, sólo puedo alegrarme de ver que has tenido un padre que te apoyó incondicionalmente.

Eso es algo con lo que no cuenta todo el mundo.

Joaquim dijo...

Siempre tienes buenas palabras para los demás, lo que es reflejo de ti mismo.
Empiezo por lo que creo más importante: sé lo que dices respecto a que no todo el mundo puede tener un padre como del que yo he disfrutado. Lo sé y me duele profundamente, porque viene a ser algo así como querer creer en Dios pero no gozar del don de la fe. Pero tenemos que admitir que la familia nos viene impuesta, y que las personas somos como somos, nos guste o no. Por eso, tal vez sea un mito lo del amor paterno o familiar, pues, en realidad, sólo se trata de una casualidad, o azar, o simple resultado estadístico.
Pero lo que sí es importante es "elegir" a las personas que queremos querer y a las quequeremos que nos quieran. Eso sí que es un acto libérrimo: la libre elección. Busca y encontrarás.

Anónimo dijo...

Amic Joaquim:
Una vez más demuestras que eres puro corazón, y los que pecamos de esos excesos, somo incapaces de entender y mucho menos compartir esos escenarios lúgubres y carentes de imparcialidad.
No sé si a tí te pasa, pero a mí me da la impresión de estar opositando en cada juicio. Me explico escuetamente: Suelto mi rollo, aunque sin cronómetro a veces he llegado a oir la campanita y una voz diciendo "abrevie Sr.letrado", ante un tribunal calificador impasible y habitualmente con fascia mímica, para que más tarde saquen una bolita (en este caso solo hay una blanca y una negra)y según el color sentencien y echen por tierra el esfuerzo de varios meses o años.

Eso sí, estoy seguro de que tu padre te apoyaría incondicionalmente en estas nuevas oposiciones, aunque saliese la bolita negra, y eso es lo realmente importante, el resto, puro juego de azar.
Albertito.

Joaquim dijo...

Tienes razón, Albertito: cada juicio es una oposición, o todo o nada.

Me gusta comprobar que vives y sientes cada tema. Lo que dices es una muestra de la llamada "soledad del abogado". El abogado está solo cuando atiende a una persona con un problema, solo cuando tiene que tomar la decisión de ir por un camino u otro, solo cuando tiene que defenderlo ante el tribunal, y solo cuando recibe la noticia del resultado.

Para ser un poco optimista, tal vez la única diferencia esté en que en la oposición de un juicio, el opositor, a veces, incluso llega a cobrar aunque pierda...