viernes, 28 de noviembre de 2008

JUECES SOBEBRIOS


¡Vaya la que se ha liado con la noticia de la Jueza que se negó a practicar la prueba de alcoholemia en un control policial y amenazó a los policías con pasarles cuentas cuando pasasen por su juzgado!


El Juez Decano de Barcelona (Sr. Regadera) ha mandado una carta-queja a la policía diciéndoles que qué es eso de desacreditar a las personas cuando ellos (los policías) tienen verdaderos problemas legales, que tienen (los jueces) derecho a la intimidad, que filtran (los policías) noticias para distraer la atención de otros temas que afectan mucho más a los ciudadanos (clara referencia a la sentencia que ha condenado a ciertos policías por malos tratos) y demás. Sigue diciendo el Juez, entre otras cosas, que esa filtración puede ser constitutiva de delito (no especifica cuál).


Para empezar, una de las cosas que explico a mis alumnos al estudiar la argumentación jurídica es que los argumentos ad personam (es decir, aquellos que se basan en un ataque personal al contrario, conocidos vulgarmente como el "tú más") son nefastos, no nos llevan a ningún sitio (salvo al ruedo de los insultos y descalificaciones) y no aportan nada para el conocimiento de los hechos.

En segundo lugar, me parece estéticamente feo que en una carta-queja (escrita por un Juez) se amenace con lo de que la causa de la queja puede ser delictiva. Si es delictivo (o cree el Juez que es delictivo), lo que debería hacer creo que es ponerlo en conocimiento del Ministerio Fiscal para que actúe penalmente, o interponer el Juez una demanda de protección al honor (del colectivo judicial, y ya veremos si algún otro Juez se lo admite).

En tercer lugar, tal vez la carta-queja sea un poco inoportuna teniendo en cuenta que, de confirmarse los hechos de la jueza ebria, la misma no sólo puede haber incurrido en una infracción administrativa o penal (por la conducción bajo los efectos del alcohol y el posible desacato), sino también en otra infracción administrativa o penal (por el hecho de haber pretendido abusar de su condición de juez para obtener un trato de favor o amenazar a los agentes que simplemente habían montado un control rutinario al que nos vemos sometidos todos los ciudadanos habitualmente). Infracciones presuntas éstas, por cierto, sobre las que nada dice el Sr. Magistrado.

Es cierto, como dice el Juez Decano, que la policía está incursa en varios procedimientos que ponen en duda algunos de los métodos usados por alguno de sus integrantes y que ello afecta a la seguridad de los ciudadanos.

Pero es igualmente cierto que el abuso de poder por parte de un juez afecta igualmente a la seguridad de las personas. Con el abuso de poder (de confirmarse, repito) quedaría probado que la jueza en cuestión quería colocarse al margen de la ley (como queriendo decir que la ley es "para los demás", no para ella) y que usa el poder con el que está investida legalmente para la venganza personal. Muy feo, la verdad. Y muy triste para aquellos que hemos sido educados en la cultura de la igualdad, la democracia, el imperio de las leyes y la restricción a la arbitrariedad de los poderes públicos.

Personalmente creo, además, que los jueces (al igual que todos aquellos que desarrollan una función pública, como los políticos o funcionarios) deberían llevar una vida especialmente ordenada y ejemplar, más que nada para dar la sensación de que si un ciudadano es juzgado lo será por alguien cuya vida no merece reproche. El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.
El filósofo Fernando Savater dejó escrito que "La soberbia no es sólo el mayor pecado según las escrituras sagradas, sino la raíz misma del pecado. Por lo tanto de ella misma viene la mayor debilidad. No se trata del orgullo de lo que tú eres, sino del menosprecio de lo que es el otro, el no reconocer a los semejantes.Quizá lo más pecaminoso de la soberbia sea que imposibilita la armonía y la convivencia dentro de los ideales humanos".

Sólo nos faltaría ahora tener, además de jueces soberbios, a jueces sobebrios para que la justicia acabase siendo un triste garabato trazado a base de alcohol.

lunes, 17 de noviembre de 2008

SISIFO: YA LO SABÍAMOS





Sísifo, hijo de Eolo y Rey de Efira, fue condenado a cargar perpetuamente una piedra que tenía que llevar hasta la cima de una montaña; pero cuando llegaba a la cima, la piedra caía rodando y Sísifo tenía que volver a subirla.

Sísifo encarna, pues, el mito de la absurdidad del trabajo humano, y fue Homero quien nos explicó ya sus desventuras en la Odisea. Luego vinieron Albert Camus, los existencialistas y demás exponentes del absurdo para rematar algo consustancial al ser humano.

A veces pienso que Sísifo debería ser el patrón de los abogados: siempre empujando una pesada piedra para que, después de tanto esfuerzo, la piedra caiga rodando montaña abajo y tener que empezar de nuevo.

Los seres humanos (y los abogados, como subespecie de los mismos) nos pasamos la vida haciendo trabajos absurdos. Entendámonos: por absurdo quiero decir algo que no nos lleva a parte alguna.

Cuántas veces, convencidos de la razonabilidad de una pretensión o una interpretación legal, nos enzarzamos en procedimientos que sólo nos deparan disgustos. Horas y horas de estudio, de argumentos, y no sirven para nada. La justicia resuelve la cuestión con un zarpazo que cada vez deja heridas más profundas y que tardan más en curar.

Hace poco tiempo tuve la suerte (o la desgracia, aún no lo he sabido calificar) de acceder al comentario sincero de un juez acerca de lo que piensan sobre el trabajo de los abogados. El juez en cuestión, en un ataque de sinceridad, reconoció que "los jueces nunca nos miramos los argumentos legales que los abogados ponen en sus demandas y preferimos buscar nuestros propios argumentos".

Es cierto que, en ocasiones, algunos abogados utilizan, como único argumento legal en sus escritos el manido principio "iura novit curia" (por no saber, no saben siquiera que ese principio es, como buen principio, una declaración de buenas intenciones, mas no una prueba empírica ni una ley de la naturaleza). Y se quedan tan anchos.

Otros acaban confundiendo un proceso con una tesis doctoral o, lo que es peor, con una base de datos en soporte papel, transcribiendo páginas y páginas de sentencias.

Pero de ahí a que los jueces ni tengan en consideración la labor desplegada de buena fe por un abogado hay un abismo.

El reconocimiento del juez anónimo supone cargarse de un plumazo lo que dice la ley (véase, por ejemplo, lo que dice el art. 218 de la Ley de Enjuiciamiento Civil). Pero también supone un menosprecio a la labor de los abogados (al menos, de los que trabajan con un cierto sentido).

Pero ese comentario sincero de un juez no me pilla por sorpresa. Y estoy seguro que tampoco pilla por sorpresa a nadie que trabaje en los juzgados. Sencillamente, ya lo sabíamos.

Pero aunque las cosas sean así, me gusta explicar a algún cliente y a los alumnos que, a veces, el trabajo de un abogado llega a dar sus frutos (y no es absurdo). Y siempre pongo el ejemplo de un abogado que, hace años, defendió que las parejas casadas, cuando ambos miembros trabajaban, tenían derecho a hacer declaraciones tributarias (en el impuesto sobre la renta de las personas físicas) separadas. La ley entonces vigente obligaba a hacer declaraciones conjuntas y, como se sumaban las bases imponibles del marido y la mujer, eso provocaba que el tipo impositivo aplicable fuera superior al que se aplicaría si declarasen por separado. Perdió en toas las instancias (administrativa, contencioso administrativa, en el Tribunal Supremo). Pero seguía convencido de su postura y llevó el caso al Tribunal Constitucional. Y le dieron la razón. Y, por ello, tuvo que cambiarse la Ley del Impuesto sobre la Renta, para permitir que los esposos hicieran declaraciones conjuntas o separadas.

La noticia que apareció en la prensa fue: "El Tribunal Constitucional protege a los matrimonios frente al afán recaudador de Hacienda". En cambio, del abogado que perdió días y días en estudio, argumentos y disgustos, nadie dijo ni una sola palabra. No encontré ninguna noticia que dijese "Abogado lucha por la igualdad de las parejas casadas y se enfrenta a la ley, la Administración y los Tribunales".

Por una vez, a este compañero Sísifo la piedra se le quedó en la cima.