jueves, 31 de agosto de 2006

Mas pequeñas (o no tanto) injusticias en los tribunales

Aquí no hay quien se salve

Si ayer se exponían unas pequeñas muestras de pequeñas injusticias (una en un juzgado de 1ª Instancia -tema retrasos-, otra en un Juzgado de Familia -tema embarazos difíciles-, y otro que afecta a casi todos los juzgados de 1ª Instancia -el verano ya llegó-), hoy le toca el turno a los Juzgados de Estado Civil e Incapacitaciones y a los mercantiles.

Hay poblaciones (y Barcelona es una de ellas) en las que se han creado unos juzgados especializados en ciertas materias, como ocurre con el estado civil y las incapacitaciones (lo que me parece muy loable tanto jurídica como humanamente -ya hablaremos otro día de las especializaciones-).

Ello obedece a la necesidad (supongo, y siempre desde un punto de vista teórico) de asignar a esos juzgados a una serie de personas que sepan mucho de lo que tocan (aunque, a veces, uno piensa que bastaría con que sepan algo) y que tengan una especial sensibilidad (aunque, bien mirado, a veces también bastaría con que tuviesen sensibilidad a secas), pues sólo imaginar cómo puede ser tratada una persona que puede ser incapacitada (pongamos por caso un oligofrénico) si cae en algún juzgado, me causa ya mal rollo.

Bueno, a lo que iba. Hay un juzgado de incapacitaciones en Barcelona que incapacitó a una señora mayor. La demanda la interpuso uno de los muchos hijos que tenía la señora tras comprobar que su estado de salud mental y física dejaba mucho que desear, y que algunos de los otros hijos (hermanos del demandante) y nietos estaban siendo agraciados con ventas de pisos que supuestamente les hacía la buena señora a unos precios que ya querría yo para mí hoy en día (según los datos facilitados, por menos de la mitad del precio de mercado). Tras la demanda fueron citados a declarar los hermanos del demandante y algunos nietos, quienes negaron que su madre/abuela necesitase ayuda, y manifestando que estaba casi mejor que nunca. Esos hijos encargaron un Informe médico a un psiquiatra, quien (con muy dulces y suaves palabras) dejó claro que la señora tenía importantes limitaciones mentales, supongo que propias de la edad.

Me permito introducir aquí un comentario estratégico: me sorprende que tales hijos/nietos mantuviesen que la madre/abuela estaba como una rosa y que, al mismo tiempo, presentasen un Informe médico que decía lo contrario. ¿Alguien se leyó antes el Informe?, ¿podría sostenerse que tales hijos/nietos incurrieron en delito de falso testimonio?.

El forense llegó a las mismas conclusiones sin necesidad de grandes pruebas. La Fiscal, igual (pues estuvo como ausente). Y la Juez, pues lo mismo.

Total, que se la incapacita y nombra tutora a una de las hijas (que se había opuesto a la incapacitación ¡¡) y a un administrador patrimonial. Pero, ¡oh, sorpresa! Tras la sentencia de incapacitación, el Juzgado abrió lo que se llama una pieza de ejecución para tramitar todo lo demás (aceptación de cargos, propuesta de administración, etc), y no permitió que el hijo demandante fuese parte en esos trámites, aduciendo que la buena señora ya estaba suficientemente protegida por el juzgado (!qué celo¡ ¡y qué tranquilo me quedo!), por la tutora (¡pero si ella veía como una rosa a su madre!), por el administrador patrimonial (que, casualmente, era ¡el asesor económico de toda la vida y, supongo, algo debería haber visto de las ventas a bajo precio!), y por el Fiscal (¡sí, sí, ese profesional que brilla por su ausencia siempre!, ese "tornillo suelto que va dando golpes a la maquinaria judicial hasta que la rompe", como decía Alejandro Nieto).

El demandante, ante la negativa del juzgado a tenerle por parte, interpuso un recurso. Y (ojo al dato) al cabo de unos días (antes de dar traslado a los otros interesados), el Secretario Judicial llamó al abogado que defendía al demandante, le citó en el juzgado y, a puerta cerrada, le dijo que no le iban a dar la razón (¿quién? ¿el secretario? A veces hay profesionales que tienen verdaderas facultades adivinatorias...), y le pidió que retirase el recurso (¡toma castaña!).

El abogado, evidentemente, no retiró el recurso y, claro, no se le dio la razón (como ya le había anticipado el Secretario Judicial). Eso sí, se le dijo que podía (porque era interesado en el caso) pedir informació cuando quisiera.

No puedo resistirme a comentar lo absurdo que es todo. O sea, que el Juzgado no le deja ser parte al hijo (con lo cual no se le dará copia de todo lo que vaya sucediendo relacionado con su madre a medida que se produzca, pero, en cambio, ese hijo puede obtener esa misma información pidiéndola cuando quiera. ¡Qué habilidad tienen algunos para complicarle la existencia a todos! Lo mismo pero con muchísimo más trabajo: un abogado que tiene que ir pasando por el Juzgado cada dos por tres a ver si hay algo, si lo hay, pedirlo y el Juzgado hacerle las copias, etc. Total, gastos y tiempo.

Estando así las cosas, al cabo de un tiempo el hijo pasó por el Juzgado para ver si había novedades, pero, desgraciadamente, ese día ese expediente lo tenía no-se-sabe-quién, para no-se-sabe-qué y por no-se-sabe-cuánto tiempo. Vuelva Vd mañana, que diría Larra.

Volvió, vio ciertas novedades y pidió copias. Entonces se le dijo que lo tenía que pedir por escrito (ya se sabe que en estos temas oficiales a uno siempre sele olvida algún detalle...). Y así lo hizo: "deseo copias de lo que hay desde tal fecha hasta hoy". Y, al cabo de un tiempo, se lo dieron. Observando cosas que podían ser irregularidades en perjuicio del patrimonio de su madre, presentó un escrito al Juzgado exponiéndolas.

Al cabo de unos meses (preocupado el hijo por saber si se había hecho algo con sus preocupaciones) presentó otro escrito al Juzgado pidiendo "lo que haya desde tal fecha -la de su escrito de alegaciones- hasta hoy" (igual que había hecho antes). Pues mira por dónde, el Juzgado le dijo entonces que no, que tenía que decir exactamente qué es lo que quería (¿Pero cómo lo va a saber el buen hombre si nadie le informa de lo que hay?). Total, que se va otro día al Juzgado a mirar el expediente, tomar nota de lo que quería, y encargarle a su abogado que redactase el escrito de solicitud pertinente, como se hizo.

Pasados unos meses, aún no se le ha facilitado la información solicitada.

Con toda la inocencia del mundo, me pregunto: ¿podrían ser tales cortapisas prevaricaciones? ¿acaso ese"quítame esas pajas" no es más que una decisión injusta a sabiendas?.

Pero ya veremos en otra ocasión qué le pasa al que osa denunciar una prevaricación en España.




miércoles, 30 de agosto de 2006

Pequeñas injusticias en los Tribunales

Uno de los ámbitos en los que se cuecen cuestiones de justicia es, precisamente, el de los Tribunales.
Allí, jueces y magistrados, abogados, secretarios, oficiales, peritos y procuradores, se encargan de decir lo que es justo o no.
Sin duda, la última palabra la tienen siempre los jueces, personajes a los que se les pueden dedicar muchas páginas y estudios, no sólo jurídicos, sino también psicológicos. Pero de ellos y su tipología hablaremos en otra ocasión.
Ahora que estamos en el fin de las vacaciones estivales, me viene a la cabeza algo que parece una contradicción: ¿cómo es posible que los jueces, a quienes se ha encargado "impartir justicia", cometan injusticias?.
No voy a hablar ahora de las injusticias que se pueden cometer al resolver un asunto (dándole la razón al que no la tiene), sino de las injusticias que se cometen en el día a día y en cuestiones, a veces, de trámite.
El verano ya llegó.
Veamos: el mes de julio es, tradicionalmene, un mes temido por los abogados y procuradores pues saben que durante ese mes se producen muchos señalamientos (comparecencias, juicios, presentación de escritos de alegaciones, interposición de recutrsos, etc), hasta el punto de que algunos abogados tienen que hacer verdaderas filigranas para mantener una agenda de trabajo que les permita preparar razonablemente bien los casos y, sobretodo, atenderlos correctamente todos.
Las razones de tal acumulación de asuntos o trámites, desde luego, no puede obedecer a la tramitación normal de un caso, pues ello supondría dar por supuesto que todos los asuntos (o la mayoría) se inician y se tramitan al mismo tiempo, lo que es falso: los asuntos empiezan cuando empiezan, y su tramitación depende de muchos factores (sencillez o no del caso, carga de trabajo de los tribunales, intervención o no de peritos, suspensiones de actos o juicios por causas de fuerza mayor, pruebas que llegan tarde, las ganas de trabajar de un juez, posibles permisos especiales que se piden por los jueces para asistir a cursos de formación, indisposiciones de abogados o partes, etc).
Por tanto, sólo nos queda analizar si existe alguna razón especial por la que los jueces hacen tantos señalamientos pra el mes de julio. Y creo que existe una: su sueldo.
Efectivamente, desde hace unos años se ha instaurado en España un sistema de retribución variable a los jueces, retribución que se hace depender, entre otros factores, del trabajo que realizan. Mejor dicho: del volumen de trabajo que realizan. En otras palabras: cuantos más asuntos acaban, más cobran, sin que exista ningún elemento que sirva para evaluar la calidad de ese trabajo. Por tanto, trabajen bien o mal, lo importante es que los jueces acaben asuntos en un número que se les fija anualmente, como si de un comisionista se tratase. Y como el año judicial acaba en julio (agosto no es hábil, salvo contadas excepciones), creo que aquí está la razón: llegado el mes de mayo o junio, quien más quien menos ya piensa en sus vacaciones y en si va a tener aumento de sueldo o no el año siguiente. ¿Van a ser los jueces una excepción?. Supongo que no, pues también son personas, comen lo mismo que el resto de mortales, se visten igual, necesitan un cobijo, pagan hipoteca y suelen desplazarse en coche. ¿Qué ocurre entonces? Pues que se acuerdan que no van bien de números (de asuntos acabados), que no van a cobrar los incentivos y que, a lo mejor, les dan incluso una reprimenda por no trabajar tanto como su vecino, el juez de al lado. ¿Qué hacen entonces? Pues señalar muchos juicios, dar caña al personal e intentar comerse rápido lo que no han hecho en un año. Y claro, pasa lo que pasa cuando se come deprisa: que llegan las indigestiones (sentencias poco argumentadas, abogados que no pueden lucir su trabajo...).
Por tanto, no se trata ya de que con tanto señalamiento se le amarguen a uno -especialmente, si es abogado o procurador- las vacaciones (a las que se llega exhausto), sino de que el trabajo no se hace bien, o se hace bien pero asumiendo riesgos innecesarios.
Y ya no digamos cómo se le queda el cuerpo a más de un abogado a quien se le pone un señalamiento o un plazo que empieza a correr a finales de julio y, como por encaje de bolillos, se tiene que cumplir durante la primera semana de septiembre.
¿Estamos ante una injusticia? Sinceramente, creo que sí. Según mi percepción, tan injusto es el que da la razón a quien no la tiene (y da igual que ello se deba a una intencionalidad del juez o a su falta de estudio del caso), como el que sin llegar a ese extremo se dedica sólo a cuidar de sí mismo y a hacerle la vida imposible a los demás.
Las esperas
Me sorprende que, por un lado, algunas estadísticas que publica el Consejo General del Poder Judicial concluyan que las esperas de los juicios no son excesivas, mientras que algun Colegios de Abogados (por ejemplo, el de Barcelona) hayan creado comisiones para relacionarse con los jueces e intenten establecer criterios de lo que se entiende como una espera razonable y asumible que evite situaciones a veces grotescas (de esperas de horas).
Con la antigua Ley de Enjuiciamiento Civil, se dio un caso en el que una de las partes del juicio fue citada para tomársele declaración (se trataba de una confesión, o lo que hoy es un interrogatorio). Se le citó a las 11:00. Mala hora -vaticinó el abogado-; es la hora del desayuno. Y así fue: a las 11 menos 5 minutos, la juez abandonaba su juzgado con destino desconocido -aunque imaginable, pues se dirigió a la puerta de salida del edificio-; regresó a las 12, entró en su juzgado y volvió a salir de él con destino desconocido -aunque otra vez imaginable, pues se dirigió en dirección a unas dependencias del interior del edificio-; al cabo de 10 minutos, regresó; y transcurridos otros 15 minutos, la persona que había sido citada a declarar y su abogado fueron llamados por un oficial de justicia para entrar en el despacho de la juez; la única frase que ésta dirigió -sin dirigirles la mirada- a los pacientes interesados fue: siéntese, le voy a hacer unas preguntas y Vd me debe contestar si es cierto o no. Así. Sin más. Sin mentiras piadosas siquiera. Y como el interrogatorio era largo, al finalizarlo, la juez tenía prisa por imprimir las respuestas del interrogado, que firmara en conformidad y acabar así -la juez- su jornada laboral (pues ya eran las 13:45 horas). Ante el comentario del abogado en el sentido de pedir que se permitiera al interrogado leer por sí mismo las respuestas (para comprobar si se habían recogido fielmente por el oficial de justicia al mando del ordenador), la juez se molestó e insinuó que si se hacía así no iban a salir nunca del juzgado y que ella tenía otras muchas cosas que hacer. El interrogado leyó a toda prisa y advirtió que su nombre se había escrito mal. Eso no tiene importancia -espetó la juez-; para mí sí -contestó el particular-: si me da la razón, quiero que sea a mí y no a otro.
¿Es esto una injusticia? Me temo que sí. Quien acude a un tribunal es porque ya no tiene otra salida su problema, y porque es el propio Estado el que le obliga a exigir sus derechos a través de los Tribunales. Por eso, y porque toda persona se merece un respeto, el particular (y el abogado) se merecían puntualidad, educación y consideración. ¿Algo de eso se enseña en la Escuela Judicial?
Embarazos difíciles
No hace mucho, se publicó que a una abogada que estaba teniendo un embarazo de riesgo se le señaló un día para un juicio en un juzgado de familia. El día señalado estaba muy próximo al del parto previsto, lo que se comunicó a la juez con el oportuno informe médico, pidiéndose un aplazamiento. No sin un cierto malestar ante la solicitud de aplazamiento del primer señalamiento (creo recordar que, casualmente, era en el mes de julio), la juez en cuestión fijó otro día (unos 5 días después del parto). Tuvo que intervenir una comisión especial del colegio de abogados de Barcelona para que el aplazamiento fuera más largo, a lo que, finalmente, la juez accedió, no sin antes haber tenido que intervenir la juez decana de Barcelona, quien debió dar un toque de atención a tan sensible juez de familia...
El asunto tiene su gracia: se trataba de dos mujeres (la juez y la abogada), lo que me lleva a pensar que podría haber existido una mayor comprensión del problema; sucedió en un juzgado de familia (donde se supone que se ven cada día asuntos relacionados con estas cuestiones), en el que están adscritos jueces especializados.
¿Tan ciega es la justicia que no sabe valorar un embarazo de riesgo y que a los pocos días del parto una mujer no está como para pelearse dialécticamente en un juzgado?

¿Qué vamos a encontrar aquí?

Dicen que el sentimiento de justicia es algo consustancial al ser humano.
Recuerdo que hace unos años, visitando con varias personas un bonito restaurante que tenía jardines, estanques y unas maravillosas vistas al mar, se cruzó en mi camino una grupo de 3 patos que campaban a sus anchas en el lugar, ajenos a la presencia humana; 2 de ellos perseguían al tercero y le arreaban picotazos en la cabeza; me invadió un no-sé-qué, abandoné el grupo y mi reacción fue saltar en defensa del tercer pato ahuyentando a los maltratadores (o vengadores, vete tú a saber lo que allí debió haber pasado). ¿Fue esa reacción una manifestación del sentimiento de justicia?. Yo creo que sí, aunque ni me lo planteé, como tampoco me planteé si esa reacción podría dar lugar al "Proyecto Pato" para crear un lobby en favor de los derechos de los animalillos (cosa que, por cierto, no he hecho).
Pero ocurre que las personas tenemos distintos grados de sensibilidad.
Por eso, ante la agresión de los patos y mi reacción, unos ni siquiera se percataron de la defensa (tal vez ni de la presencia de patos), otros quedaron estupefactos y callaron (¿acaso vergüenza por no haberlo hecho ellos antes, o simplemente quisieron evitar exteriorizar que creían que estaba loco?), y otra persona se atrevió a decir que eso sólo se me podía ocurrir a mí y que ello decía mucho en mi favor. La visita siguió como si nada, y nunca más se supo de los patos. Sólo de vez en cuando me pregunto si el pato perseguido llegó a tener conciencia de mi reacción.
Es a las personas sensibles a las justicias y a las injusticias a quienes les puede interesar leer estas divagaciones y comentarios.
Ese sentimiento de justicia me llevó a dedicarme profesionalmente a la justicia (no desvelaré aún de qué manera ni qué funciones he tenido), y ahora es lo que me impulsa a hablar de ella, de los personajes y personajillos que pululan a su alrededor, de su triste y patética realidad que, entre todos, hemos contribuido a embrutecer e impedir. También hablaré de quienes aún creen en ella, de lo que hacen y dicen, de los obstáculos que encuentran y de las minas mortales que siempre alguien está dispuesto a sembrar. De los que hacen las leyes y de los que las deshacen. De leyes y proyectos, de entuertos y acciones gloriosas, de contradicciones humanas, de deseos y frustraciones. En fin, de la vida.
Pero me propongo dulcificar (si es posible) las críticas con humor, ironía o sarcasmo pues alguien dijo que:

El hombre es el único animal que sufre tan intensamente que ha
tenido que inventar la risa

Que esto sirva a alguien, no lo sé. Al menos a mí me ayudará a descargar la conciencia y a desahogarme ya que en otros foros hay susceptibilidades demasiado finas...e hipócritas.