lunes, 29 de enero de 2007

MENUDENCIAS COTIDIANAS





A veces, los problemas se miden no tanto por su valor económico o rareza, sino por el grado de engorro y malestar que nos producen.
Otra cosa es que vayamos a pleito ante tales problemas, pues un adecuado análisis economicista del problema nos lleva a decidir que lo mejor es callar y tragar. Así sucede, por ejemplo, con la mayoría de los conflictos que surgen tras un servicio doméstico mal prestado (reparación de una lavadora o un calentador, un pantalón roto en la lavandería, cómputo de tiempo en un parking, carne en mal estado...).
Veamos qué sucede en la práctica con ejemplos reales:
1.- El calentador eléctrico pierde agua.
Vaya por Dios. Justo hoy que es sábado (siempre se estropean los aparatitos en festivo) y que ha empezado a hacer frío ártico después de pasar el invierno más cálido desde que se conservan archivos del tiempo. Pues nada: a buscar un profesional (pues uno es muy torpe y si empieza a arreglar un sifón acabará estropeando una canaleta). Guía de teléfono. Primera sorpresa: hay tropecientos (eso es bueno, podré escoger). ¿A quién elegir? Eso es otra historia, porque viendo que algunos anuncios dicen cosas así como reparaciones profesionales, no chapuzas, o honestidad y honradez, pues a uno le asalta el miedo ya que con una simple interpretación sensu contrario se adivina que hay profesionales chapuceros y deshonestos. Pero ¿me puedo fiar del que se autocalifica honesto? Nada. Valor y al toro. Escogemos una empresa. Llamamos. Cuando nos piden que describamos el problema empieza otro problema porque no sé cómo se llaman las cosas (¿el agua sale de la caldera o del manguito, o del empalme?). Con un poco de suerte, la persona que nos atiende acaba diciendo que no nos preocupemos (no sin un cierto tono de displicencia). Como uno ha leído y oído muchas cosas, pregunta por el presupuesto. Evidentemente, no se lo dicen ni por asomo (a veces, con el pretexto de que las tarifas sólo las llevan encima los operarios que irán a hacer la reparación -como si la persona que atiende al teléfono nada tuviese que ver con la empresa de reparaciones, que es con quien quiero contratar-, otras, porque sólo el operario sabrá exactamente lo que se tiene que hacer). Pues nada, que vengan, que el agua se pierde, tenemos que ducharnos y hay que economizar. Resulta ingenuo preguntar a qué hora vendrá el operario pues la respuesta (cuando la hay) siempre tiene un margen de 6 horas (entre las 9 y las 3, o entre las 3 y las 9). Llega el gran día, el día del arreglo y se presenta el operario. ¿Se soluciona el problema en ese instante? La mayoría de las veces no, pues siempre resulta que el operario no lleva, precisamente, la pieza que falta y tiene que volver al almacén. ¿Volverá ahora mismo? ¡Pero qué dice! Tengo la agenda cargada de visitas; ya veremos. Oiga, es que no he ido a trabajar precisamente para esperarles...Pues ¡qué quiere que le haga! Yo sin material no puedo hacer nada. Ala, otra tarde o mañana perdidas. Te las compones para liar a algún amigo o familiar para que esté en casa (pues uno ya no puede volver a fallar en el trabajo). Vuelven. Antes de hacer nada, le dicen al amigo o familiar: ¿lo pagarán al contado ahora mismo, verdad?. El amigo o pariente contesta que no le han dejado dinero y que no sabía nada, pero no se preocupe, deje la factura y mañana mismo se lo paga el interesado...Ni hablar: nosotros cobramos siempre al contado; sin pago no hay arreglo. El amigo o familiar intenta localizar al interesado; pásame al operario; oiga, si no sé lo que va a costar la reparación (porque no me han hecho presupuesto ni me han dicho lo que se va a hacer), ¿cómo voy a dejar dinero? Arréglelo y luego paso a pagar o les hago una transferencia. Que no. Las normas de la casa son el pago al contado. Pero escuche buen hombre: es que nadie me ha dicho que se tenía que pagar en el acto. Que no. Y se va con viento fresco. Vuelve otro día concertado. Dejamos 500 euros en billetes pequeños de 10, 20 y 50 al mismo u otro amigo o pariente. Se arregla y te facturan 303 euros más Iva (100 euros por desplazamientos -imagino que incluyen el que tuvo que hacer el operario por no llevar la pieza necesaria y el viaje en balde por no haber pagado al contado-; 80 euros por la urgencia -porque llamé un sábado-; 3 euros por el manguito y 120 euros de mano de obra). Vemos la factura y nos da un soponcio: ¿cómo se atreven a cobrar 80 euros por la urgencia si al final han venido al cabo de 4 días desde mi llamada? ¡Casi me habría salido más barato y rápido contratar a un extranjero de algún país del este pagándole un billete law cost!
2.- Parkings:
Recuerdo 2 situaciones realmente esperpénticas.
2.1.- El parking lleno. Situémonos: día de Navidad en casa de los padres (que, obviamente, viven en un barrio de padres con escasez de aparcamientos); las calles están a rebosar de coches; ves un parking y te metes; la maquinita te expende el ticket; entras, empiezas a dar vueltas por el parking y no hay sitio; te diriges a la garita del vigilante y le preguntas si hay algún sitio libre que no hayas visto, y te contesta que está todo lleno; sueltas mentalmente algún improperio (y te arrepientes, claro, porque es Navidad) y le dices al vigilante que te abra el paso para salir y entonces te dice que primero tienes que pagarle (1 hora, por aquello de la hora o fracción); ¡pero si no he aparcado porque no hay sitio! Son las normas, caballero (odio que me llamen caballero); te sulfuras; es inútil, no hay diálogo; te olvidas que es Navidad y le dices: ¡o me levanta la barrera ahora mismo o me la llevo por delante! Te abre y te arropa con improperios. Sales, llegas 1 hora tarde a la comida porque aparcas el coche en otro barrio en el único rincón que encuentras; te han dado el día. Los turrones, el vino, el cava y la zambomba te ayudan a olvidar; se acaba la fiesta, vas a por el coche y no está; en el suelo encuentras un triángulo anaranjado avisándote que la grúa se lo ha llevado por estar mal aparcado; el parking municipal está lejísimos; buscas un taxi y, como es Navidad, tardas 2 horas hasta encontrar uno (no sin antes caminar en busca de una calle transitada); te lleva al depósito municipal, pagas la carrera (6 euros), pagas la multa (60 euros) y la estancia en el depósito (7 horas, 14 euros); de camino a casa encuentras un control de alcoholemia (afortunadamente, no hay problema, pues con tantas horas de por medio el alcohol se ha evaporado ya); llegas a tu casa (al fin) y en lugar de rememorar la alegría de la Navidad, te acuerdas del vigilante del parking en su garita...
2.2.- La máquina estropeada. Entras en un parking; la máquina está estropeada y no expende el tiket; aparece el vigilante (no el de la historia anterior, sino otro), te da un ticket en blanco y anota la hora de entrada a mano (14:38 horas); algo en tu fuero interno te dice que eso puede acabar siendo un problema; haces tus gestiones; hay que pagar antes de retirar el vehículo para no entorpecer el paso de otros vehículos que están a pupilaje, pero el vigilante en su garita (otro distinto del que te anotó la hora de entrada, pues ha cambiado el turno), que está acabando de leer el horóscopo, te indica que vayas a por el coche y pagues luego; así lo haces; son las 17:32 horas; a 2,50 euros la hora, calculas mentalmente y piensas: 2,50 por 3 horas, 7,50 euros; el vigilante te toma el ticket que le entregas junto con un billete de 20 euros y se sorprende al ver que hay una nota manual y que, por tanto, no lo puede pasar por la maquinita que le indica el precio; se lo explicas; se sienta, se queda mirando fijamente tu ticket y, al cabo de un minuto (son ya las 17:33 horas) te dice: son 12,50 euros; cuando te devuelve el cambio, reparas en ello y le dices que se ha equivocado, pues sólo has estado 3 horas; se queda pensativo (¿acaso por el horóscopo que leía?) y te dice: no, son 12,50 euros; Vd se ha pasado de la hora; ¿pero de qué hora me he pasado?, de las 2 y 38 a las 5 y 32 van 3 horas menos 5 minutos; que no; mientras, un vehículo a pupilaje está esperando detrás de tu coche y, nervioso, hace sonar el claxon (queriendo decir: idiota, ¿no sabes que hay que pagar antes de sacar el coche?); intentas explicarle mejor al vigilante cómo se calculan las horas con el sistema de dedos; sigue pensativo; se da la vuelta, se sienta, mira detenidamente el ticket, traza unos garabatos en un papel (por un momento, ingenuo de mí, pensé que estaba haciendo sumas y restas); se vuelve hacia mí, me da un papelito y me dice: son 12,50 euros, venga mañana por la mañana y si quiere quejarse lo hace al vigilante que haya. QUÉEEEEEE? Le contesto algo que nunca debería hacerse, como es incluir en una disputa referencias personales a la (falta de) educación escolar de una persona; el coche de detrás sigue tocando el claxon; con el nerviosismo de todos, el vigilante me devuelve el cambio correcto según mis cálculos, no sin antes recordarme que algún día volveré a ese parking...
Me pregunto si la llamada justicia de proximidad se va a ocupar de estos temas, cómo y con qué coste.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

No me gustaría dejar de recordar un clásico: el taller mecánico.

Tu vas por un ruidito de nada y ves un fulano vestido de azul (con su camisita y su canesú) que te dice: "Uy, qué mal pinta esto. O se ha roto la junta de la trócola o el intermediario del retroalimentador se ha sobrecargado". Preguntas "Y ¿cuánto puede ser?" A lo que responden "Pues no sé, jefe, depende". A la hora de cobrar, normalmente, se suele dar la siguiente situación: "Venga, jefe, 500 euros por ser usté y no le cobro ni el IVA ni las tres últimas horas, que es usté muy majo y me cae muy bien". Por supuesto, a los dos días, el "ruidito" por el que llevaste el coche al taller, continua.

Esto es una putada. Sin embargo, si hacemos autocrítica, hay veces que los clientes se quejan de que los abogados hacemos lo mismo. No en vano algunos se guían por la máxima de "a mayor confusión, mayor facturación". El problema es que cuando la confusión la tiene uno en sus carnes, la cosa cambia...

Joaquim dijo...

A propósito de las 12 reglas de servicio al cliente para abogados, en los comentarios contestando a prpr, medio en broma medio en serio, comenté que: Tanto la factura como el presupuesto (desgraciadamente) tienen que estar redactados de manera compleja, extensa y hasta diría que incomprensible. Me explico: cuanto más complejo sea lo que el cliente "percibe" que se va a hacer, más gustosamente pagará tu minuta. Usando tu propio ejemplo (el del ingeniero), fíjate que no se percibe del mismo modo decir "apretar tornillo" que "aplicación manual, mediante instrumentos de precisión específicamente diseñados, de fuerzas giratorias hasta conseguir ensamblaje de materiales opuestos que impida fugas de energías, desprendimientos y lesiones personales en usos futuros; realización de tests de comprobación y auditoría de funcionamiento".

Además, conozco un abogado que tenía una habilidad pasmosa: hablaba y hablaba sin saber lo que se decía ante los clientes; cuando los clientes preguntaban (porque no entendían nada), se quedaba pensativo y contestaba de manera aún más incomprensible; los clientes, desesperados, o por una sensación provocada deridículo, se callaban y le dejaban hacer...

Cuestión de percepción.

Anónimo dijo...

Cuánta razón, Joaquim y Raymaño!!!

Quiero añadir otra experiencia personal... mi mujer y yo nos compramos un piso, y nos hipotecamos hasta las cejas. El tipo de la inmobiliaria concertaba las visitas siempre al mediodía, detalle que nosotros no percibimos del todo hasta que empezamos a vivir allí... nuestra habitación de matrimonio comparte pared con el comedor del vecino de al lado, que tiene dos niñas que de mayores seguro que son sopranos de ópera con el chorro de voz, gritos y lloros con el que nos deleitaban día sí día también.

El primer conflicto estaba perdido... cómo le pides a un padre que sus hijos no lloren? Seguro que los padres responderían con un lacónico "ya me gustaría a mi que dejaran de lloriquear!!". Por ello, escogimos otra opción, consistente en contratar a un profesional para que insonorizara la pared que daba al comedor del vecino.

Pues bien, el "profesional" (por cierto, recomendado, con lo que nos saltamos el desagradable capítulo de las páginas amarillas), vino a examinar la obra a ejecutar con carácter previo. La promesa fue la siguiente (i) la ejecución de la obra duraría un solo día, y (ii) no volveríamos a escuchar ruido alguno del vecino. Ante mi pregunta de "tenemos un falso techo... es necesario insonorizar también esa zona?", el operario dijo que no hacía falta...

Total, las obras faraónicas duraron una puñetera semana, en la que mi mujer y yo dormíamos en el comedor de casa, faltando al trabajo un día ella otro yo y otro la madre de uno y otro para controlar a los pollos que ejecutaban la obra. Una vez acabada, cuál fue nuestra tristeza cuando comprobamos que aún se oía al vecino... Intentamos una rebaja del precio, pero no hubo manera.

Podríamos haber iniciado un pleito, puesto que un arrendamiento de obra es lo que es, pero no quiero ejercer de Abogado en mi propia casa. Por ello, no queda más que el pataleo en este blog y no volver nunca a contratar/recomendar al "profesional" que nos ejecutó la obra.

Pero mi intención con estas palabras es abrir un debate... ejerceis de Abogados fuera de vuestro despacho? Yo procuro no hacerlo (salvo casos sangrantes) porque soy consciente de lo que significa iniciar un pleito que, de momento, prefiero vivirlos desde la barrera del Letrado que la de la parte.

Anónimo dijo...

Prpr,

Mi futura y yo estamos a un mes de hipotecarnos hasta las cejas. Tras un desagradable episodio con la promotora (gracias al cual vamos a disfrutar de un baño de color verde fosforito hasta que ahorremos para cambiarlo), mi chica me obligó a iniciar una maratón de comunicaciones para preconstituir prueba. A pesar de mis consejos en contra, quiere inaugurar la casa con un pleito a la promotora. Su argumento es que poner el pleito nos sale gratis. Por mi parte, creo que todavía no he sabido hacerle entender el concepto de "condena en costas".

Joaquim dijo...

Querido prpr:

aún me río de tu desgracia, pero no me sorprende en absoluto. ¿Te has planteado secuestar al profesional y tenerle maniatado una semana a los pies de vuestra cama?

Y retomando tu invitación de hablar sobre si ejercemos de abogados en casa, te cuento:

si bien como profesor (y como amigo de algunos abogados suelo desaconsejar hacer de abogado propio, lo cierto es que muchas veces pico y sucumbo a las peticiones familiares (multas de tráfico, reclamaciones por algún negociete que ha salido mal, algún arrendamiento de vivienda, y cosas así). SIEMPRE ME HE ARREPENTIDO.

Razones del arrepentimiento:

1.- he trabajado más que en otros casos (por lo de la presión familiar);

2.- el trabajo adicional suele hacerse en días y horas intempestivas (en la piscina, cuando llego a casa destrozado justito para cenar, el sábado...);

3.- nunca he cobrado (ni siquiera una vez que el pariente me pidió que hiciese un listado del trabajo hecho y su coste para enseñárselo al otro pariente interesado: negociación prejudicial, juicio en primera instancia, apelación, amparo ante el TC, otra negociación...);del listado nunca más se supo.

4.- Nunca me han dado las gracias (debería decir, para ser correcto, que tampoco las esperaba, pero os engañaría: al menos espero lo que yo haría si estuviese en su lugar);

5.- muchas veces se ha puesto en duda mi profesionalidad("claro, como no cobra no trabaja", deben pensar).

En fin, que con este listados de despropósitos no entiendo cómo sigo cayendo en la trampa.

Respecto a temas personales que me afecten a mí: eso ya es otra historia: siempre me prescriben las cosas y acabo pagando sanciones, al más puro estilo del herrero en su casa...

Anónimo dijo...

Cuando empecé a ejercer otro Abogado, con muchos años en el ejercicio de la profesión, me dijo que evitara a toda costa las "tres p", ante lo que le pregunté qué eran las "tres p", y él me contestó que nunca, nunca, nunca trabajara para "pobres, putas (con perdón) ni parientes".

Con los comentarios de Joaquim, veo que ese Abogado no se equivocaba...

En cuanto al comentario anónimo, permíteme un consejo: envía uno o dos requerimientos a la promotora, pero, en la medida de lo posible, evita iniciar un pleito, puesto que aunque os podrían dar la razón, será menos costoso cambiar el verde fosforito que ganar el pleito. Piensa una cosa: podréis aguantar la duración incierta de un pleito viendo cada día el verde fosforito de vuestro baño?

Anónimo dijo...

Joaquim, Raymaño de Zarafort y prpr,

No puedo dejar de reír al leer vuestros comentarios sobre los pequeños pleitos del día a día. En alguna ocasión he intentado luchar "como un abogado" un tema personal (un viaje que no pude hacer, unas lentillas cuya graduación nada tenía que ver con la mía, un módem que nunca llegó a funcionar, una factura telefónica de un servicio que nunca llegue a pedir ....) y, finalmente, desistí.
En cambio, en mi vida profesional me he encontrado defendiendo los casos más variopintos que existen. Todavía recuerdo uno de una campana extractora que no acababa de ir bien del todo (cuando la Sra. cocinaba pescado la cocina le olía un poco). Recuerdo la humillación tras 5 años de carrera, un master en ESADE y varios años de ejercicio profesional tener que redactar un burofax en el que ponía “La campana extractora no cumple con las funciones que le son propias”.
Quizás deberíamos dedicarnos una pequeña parte de nuestro tiempo a nuestros pequeños pleitos.

Joaquim dijo...

Querida Silvia: bienvenida al Club. Me alegro de que te rías. Si la gente riese más, estoy seguro que habría menos problemas.

Y ya que todos cojeamos del mismo pie, os voy a contar otra anécdota.

Tras hacer la carrera de derecho en un centro privado, en una público, varios años opositando, y varios años en un despacho concursalista, me incorporé a un conocidíiiiiisimo despacho (¿cómo les llaman? ¿multimarca?; no, no, multidisciplinar, eso, y ya veréis por qué). Creía que tendría que comprarme unos tirantes y hacerme un implante de pelo, para parecerme más a Tom Cruise en La Tapadera. A lo que iba: me incorporé, cada noche estudiaba por mi cuenta lo más variopinto (pues en un sitio como aquél seguro que trabajaría para un Gobierno, por lo menos) y un buen día me llama un socio de los que mandaban (porque había socios que no pintaban nada, todo hay que decirlo)y me dijo que fuera a su despacho; acongojado, me acicalé, anudé bien mi corbata, me repasé el brillo de los zapatos, me lavé los dientes y ensayé una sonrisa en el baño. Llamo a la puerta; una voz casi imperceptible dijo algo así como "sí"; entré y allí estaba yo, solo ante el socio (con nombre de una provincia conocida por su fruta, por cierto) y con el vello erizado por el temor ante lo que podría ser el gran tema. Siéntate, dijo sin apenas mirarme. Verás -reproduzco sus palabras-, tienes que demandar a Míele (joder, pensé yo, a una multinacional de los electrodomésticos, esto pinta bien); y él prosiguió: en casa tenemos un microondas que no funciona bien y hay que meterles un puro (¿dónde está la cámara oculta?, pensé). Como el hombre no sonreía ni con acupuntura china, vi que iba en serio. Es decir, me pedía que yo (cuya hora de trabajo, según el despacho, en aquel momento valía como unos 125 euros) me encargase de tan delicada "defensa" para conseguir que le cambiasen el dichoso microondas, y que teníamos que llegar hasta donde hiciese falta (incluso me habló de tribunales comunitarios). Me dijo que podía ir a su casa a verlo (el microondas), supongo que por aquelo que a él le sonaba de ver el cuerpo del delito, o el lugar del crimen. Sólo con la hora que me tuvo allí contándome lo mal que calentaba el microondas y el ruido que hacía al descongelar, le habría comprado yo mismo uno ¡de última generación!

¿Os imagináis a Tom Cruise en un asunto así?

Anónimo dijo...

Joaquim;
Lo del blog me está gustando mucho y si no fuese por mi falta de ingenio me ampararía en el artículo 11 LCD y crearía uno propio.
En el despacho he comentado lo de la “teoría del coño” y más de uno va a probar a utilizarla. Ya te diré el resultado. Eso sí, entre tu y yo, prefiero que sea otro el que la pruebe ....
Por cierto, consejo por si vuelves a entrar en un despacho grande: si hubieses comprado un microondas igual y lo hubieses vendido como un logro personal, seguramente hoy en día ocuparías una posición parecida al de la provincia de la fruta.

Joaquim dijo...

Querida Silvia: no te cortes y lánzate al ruedo. Siincurres en competencia desleal, no te preocupes: podríamos pactar una ficción de juicio y hacer experimentos (algo así como lo de las consultas vinculantes pero a lo "trial", que siempre he querido hacer).

Es muy probable que tengas razón con lo del microondas, pero ¿sabes cuál es el problema? Que si lo hubiese hecho, habría tenido que convertirme luego en vigilante jurado o matón de portería, ya que al poco tiempo el mismo socio me llamó otra vez para encargarme que machacase (jurídicamente, se entiende) a un vecino de su escalera que cada vez que salía a la calle se dejaba la puerta del vestíbulo entreabierta. Ante la envergadura del encargo (que, por cierto, derivé hábilmente hacia una compañera a la que quiero mucho y que habla a trompicones)es evidente que para seguir con mi "promoción" hacia el mundo celeste de los socios tendría que haber amenazado al vecino en cuestión (al estilo Al Capone) o comprar una puerta de esas que tienen un dispositivo de aompañamiento y que la cierra siempre.

Ya lo decía mi padre: "qui no vulgui pols que no vagi a l'era".

El coste del microondas es perfectamente asumible en comparación con el sueldo de un socio, pero lo de la puerta ya es otra cosa porque seguramente la querría con inserciones de oro, doble cristal, apertura remota y por reconocimiento del iris.

y lo que es peor: ¿cuál habría sido el próximo encargo? ¿pasea al perrito las noches frías de invierno? ¿Seguir a su joven esposa? Mejor no sigamos por ese camino espinoso...

Lo que sí recuerdo es que el mismo socio me hizo otro encargo (como véis este especimen era un fenómeno comercial): recurrir una multa que le pusieron por exceso de velocidad en casco urbano. Pues resulta que el hombre cruzó veloz (como a 140 km/h) por un pueblo con su flamante coche deportivo y descapotable; y, claro, le cazaron con una foto memorable y una multa en consonancia (multa pecuniaria y propuesta de retirada de carné, obviously). En los recursos (se llegó al contencioso administrativo, como podéis imaginar a estas alturas) tuvimos que alegar contra la retirada del carné que "por su rango y responsabilidades profesionales" eso le impedía ejercer su profesión y que era desproporcionado (¡qué vergüenza, Dios mío!). La respuesta administrativa fue contundente y divertida: "no ha lugar por cuanto habida cuenta el domicilio del infractor se trata de una ciudad con excelentes medios de comunicación y transporte...". No sé si hoy habrá instruido a alguien para que pida revisión de la sentencia (acogiéndose a la ley de memoria histórica, claro) habida cuenta los problemas que padece Renfe...

Y no me hagáis hablar más, que puedo...