lunes, 15 de diciembre de 2008

FUERZAS EXTRAÑAS





Érase una vez una junta de partícipes de una UTE. Una de esas juntas que se presentan calientes dado que sus socios andaban enfadados los unos con los otros por desavenencias varias.

Tras empezar con el Orden del día, uno de los asistentes (no abogado), debidamente pertrechado con anillos y pulseras de diversa índole, colocó sobre la mesa, de pie, una estampita de lo que creí que era un santo o un santón.
A medida que se caldeaba la reunión, el susodicho guardó la estampita, sacó un papel en blanco de una cajita que llevaba y se puso a dibujar una estrella como la de la foto, y la colocó frente a mis clientes. Pensé que se trataría de uno de esos dibujos que uno hace inconscientemente para concentrarse o distraerse.

Cuando el dibujo estuvo completo, el citado personaje lo guardó en la cajita y de ella sacó unas piedras (concretamente, 3) de colores similares (pero no idénticos). Eran de tono negro o gris oscuro, y las iba colocando en diversas posiciones, como si apuntasen cada una de ellas hacia sus interlocutores (casualmente, 3 personas que estábamos sentadas frente a él y que manteníamos posturas dialécticas contrapuestas a las del personaje).

Las miradas que el personaje nos dirigía no eran lo que puede decirse benévolas; y recordé, al cazar al vuelo una de tales miradas, aquella frase que me dijo una vez una amiga: "si las miradas matasen, ya estaría muerto".

El ambiente se iba cargando y, como un acto reflejo inconsciente, mi cliente entreabrió la ventana de la sala. Le pregunté al oído si lo hacía para ahuyentar los malos espíritus y se rió.

Acabó la reunión y, a la salida, el citado personaje y su acompañante me preguntaron si bajaba en ascensor con ellos. Contesté que no, que prefería bajar por las escaleras. Y cada uno se fue a su casa.

Al llegar a mi casa, me sentía intranquilo. Busqué en Google alguna página sobre amuletos y encontré la cruz que había estado dibujando el curioso personaje. Se trataba del llamado pentagrama blanco, un amuleto que, entre otras posibles utilidades, se utiliza para atraer la fuerzas y espíritus del mal, para dominarlos y dirigirlos hacia otros lugares.

No me atreví a seguir indagando acerca del posible significado de la estampita y las piedras porque recordé un libro que leí hace muchos años de Bronislav Malinowsky sobre los indígenas de las islas Trobriand. Según este autor, los amuletos (y el budú) surtían efectos reales, mas no por su carácter mágico, sino porque al ser conocida por los integrantes de una comunidad la existencia de los mismos y de un brujo dedicado a tales prácticas rituales, los miembros de la comunidad aislaban socialmente al destinatario del budú y le evitaban. Sometida a ese aislamiento y a la incomunicación, la persna sometida al budú acababa suicidándose o emigrando hacia otra comunidad que le acogiese.

Como digo, no quise seguir indagando el significado de los otros amuletos del sujeto. Ser supersticioso trae muy mala suerte...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Prpr escribió:
Qué miedo!!! No tienes de qué preocuparte, Joaquim!! De hecho, el fallecido parapsicológo Dr. Jiménez del Oso creía que el llamado "mal de ojo" no existe porque, de existir, no quedaría vivo ningún inspector de Hacienda!!
Feliz 2009 y prósperas entradas nuevas en tu blog!!

Anónimo dijo...

Ostras Joaquim, qué contrarios tan curiosos. Aunque no creo en los amuletos que atraen las fuerzas del mal, ya también habría bajado por la escalera... sabia decisión.
Como juntas curiosas prefiero la que se celebró en la Junquera, en el Bar "Qué sé Yo" y en la que el Administrador no sabía nada de lo que se le preguntaba. ¿Recuerdas? Este daba menos miedito.
¡Feliz año!

Anónimo dijo...

Creo que la utilización de amuletos es algo habitual en ciertos ámbitos del sector jurídico.

De hecho, es la única explicación que encuentro para determinadas actuaciones de algunos jueces. Una visita al oráculo, una rama de zahorí, un péndulo al estilo del profesor Tornasol y, misteriosamente, aparece la idea, la iluminación.

Y ojo al que no le guste, que le ponen dos velas negras.