
A veces, los problemas se miden no tanto por su valor económico o rareza, sino por el grado de engorro y malestar que nos producen.
Otra cosa es que vayamos a pleito ante tales problemas, pues un adecuado análisis economicista del problema nos lleva a decidir que lo mejor es callar y tragar. Así sucede, por ejemplo, con la mayoría de los conflictos que surgen tras un servicio doméstico mal prestado (reparación de una lavadora o un calentador, un pantalón roto en la lavandería, cómputo de tiempo en un parking, carne en mal estado...).
Veamos qué sucede en la práctica con ejemplos reales:
1.- El calentador eléctrico pierde agua.
Vaya por Dios. Justo hoy que es sábado (siempre se estropean los aparatitos en festivo) y que ha empezado a hacer frío ártico después de pasar el invierno más cálido desde que se conservan archivos del tiempo. Pues nada: a buscar un profesional (pues uno es muy torpe y si empieza a arreglar un sifón acabará estropeando una canaleta). Guía de teléfono. Primera sorpresa: hay tropecientos (eso es bueno, podré escoger). ¿A quién elegir? Eso es otra historia, porque viendo que algunos anuncios dicen cosas así como reparaciones profesionales, no chapuzas, o honestidad y honradez, pues a uno le asalta el miedo ya que con una simple interpretación sensu contrario se adivina que hay profesionales chapuceros y deshonestos. Pero ¿me puedo fiar del que se autocalifica honesto? Nada. Valor y al toro. Escogemos una empresa. Llamamos. Cuando nos piden que describamos el problema empieza otro problema porque no sé cómo se llaman las cosas (¿el agua sale de la caldera o del manguito, o del empalme?). Con un poco de suerte, la persona que nos atiende acaba diciendo que no nos preocupemos (no sin un cierto tono de displicencia). Como uno ha leído y oído muchas cosas, pregunta por el presupuesto. Evidentemente, no se lo dicen ni por asomo (a veces, con el pretexto de que las tarifas sólo las llevan encima los operarios que irán a hacer la reparación -como si la persona que atiende al teléfono nada tuviese que ver con la empresa de reparaciones, que es con quien quiero contratar-, otras, porque sólo el operario sabrá exactamente lo que se tiene que hacer). Pues nada, que vengan, que el agua se pierde, tenemos que ducharnos y hay que economizar. Resulta ingenuo preguntar a qué hora vendrá el operario pues la respuesta (cuando la hay) siempre tiene un margen de 6 horas (entre las 9 y las 3, o entre las 3 y las 9). Llega el gran día, el día del arreglo y se presenta el operario. ¿Se soluciona el problema en ese instante? La mayoría de las veces no, pues siempre resulta que el operario no lleva, precisamente, la pieza que falta y tiene que volver al almacén. ¿Volverá ahora mismo? ¡Pero qué dice! Tengo la agenda cargada de visitas; ya veremos. Oiga, es que no he ido a trabajar precisamente para esperarles...Pues ¡qué quiere que le haga! Yo sin material no puedo hacer nada. Ala, otra tarde o mañana perdidas. Te las compones para liar a algún amigo o familiar para que esté en casa (pues uno ya no puede volver a fallar en el trabajo). Vuelven. Antes de hacer nada, le dicen al amigo o familiar: ¿lo pagarán al contado ahora mismo, verdad?. El amigo o pariente contesta que no le han dejado dinero y que no sabía nada, pero no se preocupe, deje la factura y mañana mismo se lo paga el interesado...Ni hablar: nosotros cobramos siempre al contado; sin pago no hay arreglo. El amigo o familiar intenta localizar al interesado; pásame al operario; oiga, si no sé lo que va a costar la reparación (porque no me han hecho presupuesto ni me han dicho lo que se va a hacer), ¿cómo voy a dejar dinero? Arréglelo y luego paso a pagar o les hago una transferencia. Que no. Las normas de la casa son el pago al contado. Pero escuche buen hombre: es que nadie me ha dicho que se tenía que pagar en el acto. Que no. Y se va con viento fresco. Vuelve otro día concertado. Dejamos 500 euros en billetes pequeños de 10, 20 y 50 al mismo u otro amigo o pariente. Se arregla y te facturan 303 euros más Iva (100 euros por desplazamientos -imagino que incluyen el que tuvo que hacer el operario por no llevar la pieza necesaria y el viaje en balde por no haber pagado al contado-; 80 euros por la urgencia -porque llamé un sábado-; 3 euros por el manguito y 120 euros de mano de obra). Vemos la factura y nos da un soponcio: ¿cómo se atreven a cobrar 80 euros por la urgencia si al final han venido al cabo de 4 días desde mi llamada? ¡Casi me habría salido más barato y rápido contratar a un extranjero de algún país del este pagándole un billete law cost!
2.- Parkings:
Recuerdo 2 situaciones realmente esperpénticas.
2.1.- El parking lleno. Situémonos: día de Navidad en casa de los padres (que, obviamente, viven en un barrio de padres con escasez de aparcamientos); las calles están a rebosar de coches; ves un parking y te metes; la maquinita te expende el ticket; entras, empiezas a dar vueltas por el parking y no hay sitio; te diriges a la garita del vigilante y le preguntas si hay algún sitio libre que no hayas visto, y te contesta que está todo lleno; sueltas mentalmente algún improperio (y te arrepientes, claro, porque es Navidad) y le dices al vigilante que te abra el paso para salir y entonces te dice que primero tienes que pagarle (1 hora, por aquello de la hora o fracción); ¡pero si no he aparcado porque no hay sitio! Son las normas, caballero (odio que me llamen caballero); te sulfuras; es inútil, no hay diálogo; te olvidas que es Navidad y le dices: ¡o me levanta la barrera ahora mismo o me la llevo por delante! Te abre y te arropa con improperios. Sales, llegas 1 hora tarde a la comida porque aparcas el coche en otro barrio en el único rincón que encuentras; te han dado el día. Los turrones, el vino, el cava y la zambomba te ayudan a olvidar; se acaba la fiesta, vas a por el coche y no está; en el suelo encuentras un triángulo anaranjado avisándote que la grúa se lo ha llevado por estar mal aparcado; el parking municipal está lejísimos; buscas un taxi y, como es Navidad, tardas 2 horas hasta encontrar uno (no sin antes caminar en busca de una calle transitada); te lleva al depósito municipal, pagas la carrera (6 euros), pagas la multa (60 euros) y la estancia en el depósito (7 horas, 14 euros); de camino a casa encuentras un control de alcoholemia (afortunadamente, no hay problema, pues con tantas horas de por medio el alcohol se ha evaporado ya); llegas a tu casa (al fin) y en lugar de rememorar la alegría de la Navidad, te acuerdas del vigilante del parking en su garita...
2.2.- La máquina estropeada. Entras en un parking; la máquina está estropeada y no expende el tiket; aparece el vigilante (no el de la historia anterior, sino otro), te da un ticket en blanco y anota la hora de entrada a mano (14:38 horas); algo en tu fuero interno te dice que eso puede acabar siendo un problema; haces tus gestiones; hay que pagar antes de retirar el vehículo para no entorpecer el paso de otros vehículos que están a pupilaje, pero el vigilante en su garita (otro distinto del que te anotó la hora de entrada, pues ha cambiado el turno), que está acabando de leer el horóscopo, te indica que vayas a por el coche y pagues luego; así lo haces; son las 17:32 horas; a 2,50 euros la hora, calculas mentalmente y piensas: 2,50 por 3 horas, 7,50 euros; el vigilante te toma el ticket que le entregas junto con un billete de 20 euros y se sorprende al ver que hay una nota manual y que, por tanto, no lo puede pasar por la maquinita que le indica el precio; se lo explicas; se sienta, se queda mirando fijamente tu ticket y, al cabo de un minuto (son ya las 17:33 horas) te dice: son 12,50 euros; cuando te devuelve el cambio, reparas en ello y le dices que se ha equivocado, pues sólo has estado 3 horas; se queda pensativo (¿acaso por el horóscopo que leía?) y te dice: no, son 12,50 euros; Vd se ha pasado de la hora; ¿pero de qué hora me he pasado?, de las 2 y 38 a las 5 y 32 van 3 horas menos 5 minutos; que no; mientras, un vehículo a pupilaje está esperando detrás de tu coche y, nervioso, hace sonar el claxon (queriendo decir: idiota, ¿no sabes que hay que pagar antes de sacar el coche?); intentas explicarle mejor al vigilante cómo se calculan las horas con el sistema de dedos; sigue pensativo; se da la vuelta, se sienta, mira detenidamente el ticket, traza unos garabatos en un papel (por un momento, ingenuo de mí, pensé que estaba haciendo sumas y restas); se vuelve hacia mí, me da un papelito y me dice: son 12,50 euros, venga mañana por la mañana y si quiere quejarse lo hace al vigilante que haya. QUÉEEEEEE? Le contesto algo que nunca debería hacerse, como es incluir en una disputa referencias personales a la (falta de) educación escolar de una persona; el coche de detrás sigue tocando el claxon; con el nerviosismo de todos, el vigilante me devuelve el cambio correcto según mis cálculos, no sin antes recordarme que algún día volveré a ese parking...
Me pregunto si la llamada justicia de proximidad se va a ocupar de estos temas, cómo y con qué coste.